Impacto súbito

Anoche, tras volver del gimnasio, “Impacto súbito” en la tele; filme perteneciente a la saga de Harry el Sucio.

Nunca me ha gustado el cine de Clint Eastwood: mamporros a mansalva, disparos, muertes indiscriminadas y propaganda gubernamental. 

Dejé un rato la película por la estética ochentera, que me fascina, y el impresionante porte de Eastwood, que, para qué negarlo, lo tiene. Consulté la fecha de realización de la cinta: 1983. Para ese entonces Eastwood contaba con cincuenta y cuatro años. Su figura era atlética, su mirada dura y su caminar firme, seguro. 

Aún me quedan unos años para los cincuenta y cuatro, y me gustaría llegar con la misma cintura que Eastwood, lo que, sin duda, requiere sacrificio. Sería bajar una talla de pantalón tan solo: de la cuarenta y seis a la cuarenta y cuatro. En cuestión de salud, la talla de pantalón del hombre maduro juega un papel primordial. 

Llegué al gimnasio sobre las ocho y media de la tarde y estuve hasta poco más de las nueve y media. Nada más salir me apeteció una hamburguesa, pero tras haber quemado trescientas cincuenta calorías, me reprimí y finalmente me decidí por un plato de pollo teriyaki. Todo está relacionado: cuanto más ejercicio se hace, más concienciado se está con la alimentación. 

El gimnasio está dentro de un centro comercial, y abre siete días a la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año, de seis de la mañana a una de la madrugada. No me extrañaría que dentro de un tiempo su horario fuese ininterrumpido: la sociedad delirante del rendimiento y la acción así lo reclama. 

Una vez en el aparcamiento, una familia con un hijo entre los ocho y los diez años. La madre, enervada y elevando el tono, le recriminaba al niño: «Hemos salido de la casa por ti, hemos cogido el coche por ti, hemos cenado fuera por ti, te hemos comprado ropa y unas zapatillas y todavía sigues con esa actitud».

Jesús de la Palma

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