Un reló
Esta noche he soñado que deseaba un reloj con la misma intensidad que se tiene un sueño erótico. No era ninguna pieza de alta relojería; un Casio metálico, analógico-digital, con las manecillas tradicionales y una minipantalla en la parte de abajo del cuadrado. Cuando era chico fueron una revolución de estilo y quizá mi ardiente deseo haya sido el reflejo de un anhelo latente por recuperar una infancia feliz y ya demasiado lejana. He mirado el precio y rondan los cuarenta y ocho euros, es una cantidad que, aunque no es pequeña, no me ha parecido desmesurada; digamos que asequible para el ciudadano de a pie. Cela, que yo recuerde, escribía reló, y dudo mucho que vistiera un Casio; lo veo más calzando un Omega en caja de oro y correa de piel negra; pero, quién sabe qué joya llevaba atada a la muñeca el Nobel y monstruo de las letras y del humor. El tema de la relojería de alta gama tiene cuerda para rato. Hay infinidad de perfiles en redes sociales que hablan no solo de los originales, sino que sacan a la palestra las mejores falsificaciones, que catalogan como tripe A, esto es, AAA. Lo cual no es más que un espejismo, fiel reflejo de tiempos oscuros, donde nada es lo que parece y por lo que el Metaverso, antiguamente conocido como Caverna, gana continuamente adeptos entre los más contumaces.
Jesús de la Palma
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