Sobre libros y discos; música y literatura y más

Con tres Premios Grammy y más de cien millones de discos vendidos, dudo que muchos jóvenes de hoy conozcan y mucho menos le hayan dedicado tiempo a escuchar su música. Hablo de Stevie Wonder, de quien me aparece una foto en redes y tengo que ir al buscador para saber si sigue vivo, porque su olvido musical es manifiesto y equivale a una muerte trapacera y silenciosa. Tengo algunos discos suyos de vinilo, que hace años que no escucho, porque llevo años sin encender el tocadiscos. La discográfica Motown es, en su disciplina, similar a la Academia de Atenas; Berry Gordy es el Platón de la música soul. 

Se suelen verter montañas de basura sobre obras geniales, bien de música o literatura. 

El espíritu de Stevie Wonder, sin embargo, es seguro, o al menos así me gusta pensarlo, que permanecerá con nosotros por el resto de los días, como el de Prince o el de Michael Jackson; pero quedarán para un selecto grupo de espíritus tocados por la exquisita sensibilidad que se necesita para no caer en las garras del embrutecimiento musical. 

Con los libros, como decía, pasa igual: ¿cuántas toneladas de basura no se habrán vertido sobre el Quijote? ¿Quién lee hoy el Quijote? Un selecto grupo de espíritus tocados por una exquisita sensibilidad. 

No pasa nada por escuchar o leer a las nuevas generaciones. Es más, lo creo necesario, aunque sabiendo bien qué escoger y sobre todo sin olvidar a los clásicos. Yo mismo escucho música nueva, pero sin dejar de tararear Isn’t She Lovely. Ahora mismo, por ejemplo, estoy leyendo Panza de burro, un libro clandestino escrito por una jovencísima Andrea Abreu y editado por la editora por un libro Sabina Urraca. Porque lo viejo y lo nuevo no tienen por qué reñirse, sino convivir en armonía. Porque hay cosas nuevas que son novedosas y no desperdicios que contribuyen a aumentar la montaña de porquería vertida sobre los clásicos. Aún estoy expectante con la novelita, pero voy por la página treinta y sigo desconcertado; un poco a la defensiva, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. Todo se decidirá con el transcurso de la lectura, con el correr de las páginas. Por el momento, ha conseguido sembrar la duda, captar mi atención, con un tono desenfadado y un ritmo trepidante. Comencé a leerla anoche, pertrechado con un nuevo artilugio de lectura, a saber, una bombillita que se ajusta mediante un sistema de pinza a las gafas de lectura, algo también nuevo y no por ello desechable, sino de una utilidad eficientísima. Me lo regaló ella para Reyes y, al principio, nada más verlo, dudé de que me fuera a ser necesario, pero fue probarlo y generárseme una necesidad automática del cacharrito. Yo mismo, si no pensara que lo nuevo y lo viejo están condenados a entenderse, no tendría la menor esperanza de estar escribiendo y no estar contribuyendo a verter basura sobre basura. Escribo con esperanza, dando lo mejor de mí, pero sin olvidar que Stevie Wonder vendió más de cien millones de discos y ganó tres Premios Grammy y sin embargo hoy es un completo desconocido entre los más jóvenes y los no tan jóvenes. 

Jesús de la Palma 

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