One hit wonder?

Recomendar libros a quien no lo pide es como despertar a alguien en mitad de la noche y contarle una de nuestras miles de millones de preocupaciones; como contarle el final de la película que nos hemos quedado viendo a su lado mientras dormía y que ni siquiera llegó a ver empezar. Es por eso que me abstendré de recomendar Panza de burro, por mucho que la haya disfrutado. Es una novela iniciática, además de inicial, porque adentra a la autora, Andrea Abreu, en la exclusiva sociedad de escritores exitosos. La novela, publicada en 2020, al año siguiente llevaba 20 000 ejemplares vendidos en su undécima edición; el libro ha sido publicado en treinta países y traducido al inglés, italiano, alemán y francés. Según la última actualización de Wikipedia, al momento alcanza la decimoséptima edición y ha vendido los derechos para una adaptación cinematográfica. Cuento todo esto, o más bien lo adjunto; lo copio y lo pego, porque más o menos por la mitad de la trama estuve tentado de buscar a la autora en Instagram para felicitarla y decirle lo mucho que estaba disfrutando su historia, una historia de una inocencia salvaje, en estado de gracia. Estuve tentado justo antes de conocer el éxito alcanzado por esta, pensando que sería una novelita desconocida que tendría apenas, y con suerte, unos cuantos cientos de lectores; pero cuando vi la magnitud de los números reconsideré la idea y no dije nada. La trama tiene personajes dignos de mención, como tío Ovidio, «siempre triste, siempre cambiado, riéndose solo cuando daban la novela o cuando veía películas de Cantinflas». Tío Ovidio, «tantos años encerrado, tantos años enfermo, enfermo de la cabeza». El tío Ovidio, que pasa por la trama de puntillitas, pero con un aura tan poderosa que se deja sentir y tocar, impregnando la memoria del lector con un aroma a nostalgia tan penetrante como la agonía que respiran los locos cuando se ríen muy, muy fuerte, y los que no están locos y los oyen se estremecen, porque no hay nada que se adhiera con más facilidad a la corteza cerebral, generando una aterradora sensación de pánico, que la escalofriante risa de los locos cuando se ríen por reír; solos, como si estuvieran hablando con un fantasma. Algo imposible de olvidar, como los apenas cuatro o cinco o seis líneas que le dedica la autora al tío Ovidio. La novela, a mí modo de ver, es un experimento que ha salido bien por el indudable talento de la autora ¿One hit wonder, como dice la canción? Eso solo el tiempo lo dirá. Dudo que la escritura desenfadada, sin comillas para enunciar los diálogos, por ejemplo, esté meditada, más bien la encuentro improvisada, fruto de una generación, la Y, que no está para acatar las rígidas normas de la RAE, porque bastante tienen ya con haberse licenciado y posteriormente haber estudiado un máster y tener que sumergirse en las pantanosas aguas de la  precariedad laboral, y ni soñar con comprarse un pisito y formar una familia. A Panza de burro hay que acercarse sin prejuicios, es una interpretación libre de la escritura, creada con la frescura propia de la inocencia. Aun siendo odiosas las comparaciones, no he podido evitar acordarme de Por qué el niño se cuece en la polenta, de Aglaja Veteranyi, un retrato inolvidable. La diferencia entre los trabajos de las dos autoras es crucial; aunque ambas son historias, de particulares, inclasificables; con Panza de burro me he reído en algún que otro pasaje a mandíbula batiente; con esto no quiero decir que un libro me haya gustado más que otro. Hay que leerlos los dos, y también tener en cuenta el peso de la fatal decisión de Veteranyi, que le otorga a su libro un aura de misterio indescifrable. 

Jesús de la Palma

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