Intuición

De las tres fotos que me hicieron ayer con M. A. en brazos durante la comida de Reyes la que más me gusta es esa en la que no salgo posando, sino gesticulando y con la boca abierta: le decía a L., mi sobrino de cuatro años, que no pusiera las manos delante de la cámara. De hecho, la foto es tan imperfecta que también aparece la mano de L. Es la foto que más me gusta porque es la más natural. Este tipo de fotografías son fruto de una época; cuando de los carretes se aprovechaba hasta el último negativo; hoy, con el dominio de las redes sociales y su idiosincrasia particular, las fotografías impresas están en vías de extinción. Ahora se edita hasta el más ínfimo detalle; incluso el teléfono más sencillo tiene la opción de aclarar el color de los dientes o disimular las ojeras. Este grado de frivolidad me espanta y me hace desconfiar hasta sentir en ocasiones una sensación de desasosiego que troca en pavor. 

Todo cambia, y yo, por edad, he decidido detener la marcha, plantarme. Eso de ir con la lengua fuera persiguiendo nuevas tendencias de toda índole me agota. Es ley de vida que me haya terminado adhiriendo al dogma y al conservadurismo. Se esfumaron los años de juventud. 

Mientras envolvía un trozo de queso está mañana en papel de plata pensaba que hasta las formas de drogadicción cambian. Quizá la epidemia de heroína vuelva para devastar a las familias y hacer estragos entre los más jóvenes, como una plaga divina; pero hasta donde sé, hoy los drogadictos, yonkis, o como quiera llamárseles, siempre con respeto y evitando usar una nomenclatura demasiado formal, clínica, académica, que es la verdaderamente ofensiva, pues marca una línea irreconciliable entre las diferentes partes, han cambiado al fentanilo y han dejado de perseguir la diabólica gotita marron con el tubo en los labios, aspirando un veneno que por unas horas los relevaba de su puesto en el infierno. 

Con la edad he aprendido a no menospreciar mi intuición, no importa qué se diga desde fuera, cual sea la ideología imperante; hay unos presupuestos básicos irrenunciables en mi forma de pensar o actuar. Ayer mismo decía: «Lo haré cuando multen o cuando pagen». Mi política es la política del rebelde, que, aun sin estar en posición de exigir, se reivindica. Es mi forma de combatir la barbarie, la frivolidad, el cinismo de ahí fuera; de no sumirme en una espiral de desasosiego, de no dejarme vencer por el pavor que me produce la deriva de los acontecimientos.

Jesús de la Palma 

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