Gatillos
Hay gatillos aquí detrás, un poco más arriba. Los llamo y vienen, aun sin conocerme demasiado. Asoman las cabecitas con recelo aunque con curiosidad. «Muy mal», les digo. «Mumal, mumal, mumal». «Muy mal» porque son gatetes y hacen trastadas: cosas de gatetes que tanta gracia nos hacen a los amantes de los gatetes. Más que el mensaje, reconocen el tono de mi voz. Todavía no les he llevado chucherías de gatillos porque hace poco que nos conocemos, pero ya he visto que hay quien los alimenta. En Facebook sigo varios perfiles de colonias felinas, siempre gestionadas por mujeres; no importa si en Madrid, Granada o Gran Canaria. Los gatillos son un gran consuelo, siempre que veo uno me voy directo hacia él, y lo llamo; normalmente me rehúyen, pero a veces doy con uno manso, que se deja tocar. He probado a tener gatetes dentro de la casa, pero no soporto los pelos, siento una fobia insuperable. He de contentarme con los callejeritos o alguno casero asomado a la ventana al que decirle cosas. Soy un loco de los gatos, me fascinan. En palabras de Jean Cocteau: «Prefiero los gatos a los perros porque no hay gatos policía».
Jesús de la Palma
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