Ganarle tiempo al tiempo
Estoy con el bebé, que duerme en su carrito, sentado en la terraza de una cafetería, leyendo Olive Kitteridge. Con el café con leche, que lo he pedido corto y el camarero lo ha confundido con un cortado, me ha puesto una pequeña magdalena con pepitas de chocolate; un bocado de cortesía que he abierto por curiosidad y he dejado junto al plato. Un perro chico ladra, y su dueño fuma; deseo que se vayan. Por fin se mitiga el ruido y el aire se hace respirable. Aparece un repartidor de bebidas y se detiene en la puerta, habla por teléfono de su jefe, y de que si luego tiene tiempo, se pasará. Tiempo: hay una sutil diferencia entre disfrutarlo y padecerlo. Muchos, si no todos los males de los hombres, vienen por no saber o no poder quedarse quietos; por no pensar antes de hacer. En cuanto a Kitteridge, una frase inspiradora: «Se le pasó por la cabeza la idea de que, en cualquier momento que lo necesitara, podía matarse». Me gusta pensar que solo la gente capaz de detenerse a pensar es capaz de llegar a ese tipo de conclusión certera, final; los demás solo se centran en seguir adelante; seguir y seguir, sin importar cómo ni adónde. Es más, en secreto odio sutilmente a la gente que solo piensa en seguir y seguir, sin detenerse jamás. Me gusta detenerme a contemplar el tiempo, dejarme embargar por ese sutil padecimiento que se apodera del que opone resistencia, una sutil resistencia, al frenético avance de los acontecimientos. Se trata de ganarle tiempo al tiempo desafiando el miedo a perderlo.
Jesús de la Palma
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