Dulce melancolía
Tengo una foto de M. A. con dos lágrimas reposándole en el surco de los ojos. Los ojos vidriosos emiten el reflejo. Su expresión es dulcemente melancólica. Ha llorado porque el plástico de lluvia con el que hemos cubierto el carricoche le impedía la visión. Se la he hecho una vez dentro, en la cafetería. Allí mismo se ha comido un potito. Nosotros hemos tomado café y un croasán a la plancha, con jamón y queso. Más tarde hemos ido a comprar algunos regalos para Reyes. Entre otras cosas, buscábamos un libro, que no estaba; teníamos una segunda opción, que tampoco. En los estantes de los más vendidos, un título me llama la atención. Recuerdo que quizá tenga la edición en formato digital; lo busco, y sí, efectivamente, lo tengo. Me llama la atención la portada: una figura escorzada; un rostro que oscila entre el placer y el dolor. El editor rechazó en un principio la imagen, pero era condición sine qua non para el autor. Prefiero no mencionar el título hasta haberlo leído. Recientemente me pasó que tuve que abandonar a medias el trabajo de un laureado novelista. Busco en estos días de relajamiento lector, a las puertas de terminar Olive Kitteridge, con intuición femenina, con ganas de dejarme sorprender, un nuevo y último título alejado de lo que considero lecturas formales.
Jesús de la Palma
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