Ser creyente

Soy creyente como el que es cornudo y ciego. Lo soy en gran parte porque lo fue mi padre y porque de chico y hasta adolescente iba con él a misa los domingos y porque estuve yendo cada sábado durante la infancia a un espacio de juegos cristiano, con monitores jóvenes que me hicieron pasar muy buenos momentos. Ayer fui de nuevo a la cafetería jazzística y recordé que hace un año, por estas mismas fechas, hablaba por teléfono con mi padre, pocos días antes de reencontrarme con él y de que falleciera. Si no fuera creyente, aun a regañadientes, como lo soy, no podría recrearme pensando que me ve a cada paso que doy, y que sigue velando por mí como lo hacía. Otro acicate para no abandonar la fe es la constante perversión de los ideales y la deriva tendenciosa del discurso entre los hombres. Todo ello me hace buscar consuelo, tratar de calmar una insaciable necesidad de consuelo, más allá de la vida terrena. La cafetería nunca está demasiado concurrida y siempre tiene la televisión encendida; unas veces con música, y otras con programas de actualidad. Hace unos días debatían sobre la reciente maternidad de Ana Obregón, quien aparecía a las puertas de la iglesia, para bautizar a la criatura, con un séquito de sirvientes y aduladores que, al trote, le atusaban el pelo y le alistaban los pliegues del vestido. Ayer mismo debatían sobre la desarticulación de una banda criminal dedicada al robo, a mazazos, de locales y salas de apuestas; asimismo hicieron alusión al atraco perpetrado por varios hombres, armados y encapuchados, a un restaurante donde, en palabras de los propios periodistas, suelen acudir «políticos y futbolistas». En ambos casos el debate era de un reduccionismo lamentable, al extremo de pretender hacer llegar al telespectador la idea de que los grandes males de nuestra sociedad son los ladrones de locales de ocio, cuando en realidad, y sin pretender por mi parte defender ningún acto delictivo, sino poner de manifiesto un problema estructural, mucho más complejo de lo que se nos trata de hacer ver en esas tertulias sensacionalistas, estamos hablando de gente, primeramente, condenada a la pobreza que combate el desempleo o, en su defecto, un escenario laboral que oferta puestos de subsistencia.

Jesús de la Palma 

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