Libros y películas predilectos

Los mejores libros, así como las mejores películas, son los que no olvidamos. Si me preguntaran por un libro predilecto o una película, no sabría qué responder, hay tantos, que no sabría por donde empezar. Pero me hice una camiseta con la portada de “El rey de la comedia”, y cuando escribo, cito muy a menudo “Danzad, danzad, malditos” y “Noche de circo”. 

En cuanto a lecturas, el comienzo de “La familia de Pascual Duarte” es una marca a fuego que llevo en la memoria; tanto que del «Yo, señor, no soy malo», he sacado la idea para el título del último cuento. 

Otro comienzo que también cito a menudo es el del libro de Henri Roorda, que en un principio se iba a titular, y ojalá lo hubiera hecho, “El pesimismo alegre”. Finalmente se llegó a titular “Mi suicidio”. ¿Puede haber una declaración de intenciones más sublime que la expresada por él en su carta de suicidio, cuando asegura que «cuando me hablan de los Intereses Superiores de la Humanidad, no comprendo de qué me hablan. Pero me gusta el solomillo de corzo y el borgoña viejo. Y sé lo adorable que puede ser la poesía, la música y la sonrisa de una mujer». ¿Cómo olvidar a Roorda, y no citarlo una vez y otra? 

Volviendo al cine, y más en concreto a “El rey de la comedia”, que es la cinta que me ha traído hoy hasta aquí, lo más valioso de la trama, aparte de la magistral interpretación de De Niro y la puesta en escena de Scorsese, es que todos conocemos al menos a un Rupert Pupkin. Su espíritu reverbera con tanta viveza en mi memoria que, leyendo ayer mismo sobre los hábitos de Demóstenes para mejorar su capacidad oratoria, así como su interés en causar un mayor impacto escénico, quien se hizo construir un estudio subterráneo, donde llegaba a pasar meses para ejercitar tanto la acción como el tono de la voz, imbuido en su quehacer a tal extremo, que llegó a afeitarse un solo lado de la cabeza para obligarse a no salir, me acordé de Pupkin encerrado en su habitación, monologando, ensayando el espectáculo que, en su mente insana, lo catapultaría a la fama.

Jesús de la Palma 

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