El Gordo de Navidad
Revisión pediátrica rutinaria:
—¿Balbucea y ríe a carcajadas?
—Sí.
“El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en Él”.
El reloj lleva casi un mes en el mueble, al lado de la televisión. Se le desprendió un pasador y no he encontrado el momento de ir a arreglarlo.
Recuerdo haberle leído a Cela la grafía reló.
Sin darme cuenta, sin saber cómo, he pasado a ser integrante de ese grupo de personas que compran libros compulsivamente, aun sabiendo que seguramente nunca lleguen a leerlos. Ayer mismo veía un book haul en Youtube. Eran libros de Historia. Dos cajas, unos veinte libros, algunos, por el grosor, de más de mil páginas. El vídeobloguero hablaba de oferta, y al tiempo que comentaba cada ejemplar, mencionaba el precio con ánimo justificativo. ¿Cómo iba a dejar pasar aquella oportunidad? «A precio normal me habría costado tanto», se disculpaba.
Después del médico he ido a desayunar la cafetería jazzística. Por la tarde no sirve de comer, solo bebidas. He pedido un café con leche y un sándwich mixto. Buscaba en el periódico una página sobre el atentado de ayer en la Facultad de Filosofía de Praga. El bebé se ha despertado y no he podido terminar de leerlo. Hoy solo cabe lamentar profundamente las pérdidas y acompañar a los familiares en el sentimiento. Quizá transcurridos los años, más bien las décadas, la lechuza de Minerva alce el vuelo y dedique una consideración al respecto.
Una mujer joven, en la mesa de atrás, le hacía carantoñas a M. A. Hemos intercambiado unas palabras:
—Se ve muy bueno.
—Tiene sus momentos, aunque, sí, todos los niños son buenos.
El relato ha llegado a su destino, ya está en el apartado de Correos, lo he consultado en la aplicación, introduciendo el código que me facilitaron. Mientras leo a Roberto Arlt, pienso en lo que escribí. ¿Soy digno de consideración, o un simple aficionado con ínfulas de novelista?
Ha entrado el frío de sopetón, aunque con un cortavientos es suficiente para combatirlo. Es veintidós de diciembre. La lotería de Navidad, el Gordo, ha tocado aquí mismo, en Puerto del Rosario. No llevábamos números. En el telediario dan voz a los afortunados: balbucean y ríen a carcajadas. Para ellos es el Reino de los Cielos aquí, en la Tierra. En los noventa, a finales, tocó el Gordo en la administración de la calle Príncipe, en Granada, apenas a unos metros de mi casa; tampoco llevábamos nada.
Jesús de la Palma
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