Demonios invisibles

Me despierto temprano, sobre las seis, todo está en silencio. Ellos aún duermen. Es sábado. Decido leer. Leer al amanecer para ejercitar la mente como el que sale a trotar con el cielo estrellado aún de fondo para ejercitar el cuerpo. Termino el relato que comencé anoche: El ruletista, de Mircea Cărtărescu. No hay diálogos. Su estilo es ágil y sinuoso, como un rally de montaña. Destapa toda la sordidez posible de los bajos fondos. En los medios de comunicación y en las universidades, en fin, en el debate público, político, se habla de guerras, pero se guarda un tácito silencio sobre el infierno de los excluidos en tierra de bonanza. La corrección del debate público atufa tanto o más que uno de los infectos sótanos donde se llevan a cabo las atrocidades carnavalescas descritas por Cărtărescu. Demonios invisibles que en todo caso inspiran desprecio e indiferencia. Infelices necesitados de techo y comida como perros vagabundos. Cărtărescu aborda con maestría descriptiva la imponente y áspera sordidez que rodea el submundo de las apuestas a vida o muerte. «Al principio —nos dice el narrador—, cualquier vagabundo pedía la Luna y hacía falta mucha pericia para convencerle de que su vida y su sangre no valían el universo entero sino tan solo un cierto número de billetes en función de la demanda del mercado».

Jesús de la Palma 

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