Baúl de la nostalgia
Me gusta escuchar las canciones navideñas a través de los altavoces, cuando paseo por el centro de la ciudad; ver la iluminación de las calles, perderme entre el gentío. Es una sensación enajenante, como la de la idea de la venida de Jesús al mundo; no obstante, ambas sirven para sosegar el ánimo. La gente que sale a la calle a pasear es gente feliz, o, en cualquier caso, que no es del todo infeliz. Cuando todo se siente perdido, se fija la vista en un punto oscuro y se adquiere visión de ataúd; a lo sumo, se ve la caja desde fuera, con el crucifijo, ya montada en el coche fúnebre, y acompañada por un cortejo de familiares y amigos. El que quiere morir no sale de paseo, se oculta en su propia casa, y las pocas veces que acude a la cocina o al cuarto de baño, lo hace a hurtadillas, esté solo o acompañado. Las Navidades no son para todos, no al menos las de consumo: una miríada de gente pasmada, trayendo bolsas de aquí para allá, yendo a comer y a cenar opíparos banquetes y cantado canciones rescatadas del baúl de la nostalgia.
Jesús de la Palma
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