Un hogar al que volver
Desintoxicación televisiva: llevo varios días sin ver el telediario.
Por la tarde, en la clínica, hablo con la fisioterapeuta de «la gente joven como tú». Guardo la esperanza de que me contradiga, que derribe la barrera etaria que levanto entre ambos. Nada.
No hace tanto quería ser mayor de lo que en realidad era.
Alcibíades era un buen perla, con sus andares afeminados y su soberbia juvenil y su altanera conciencia de clase. Lo narra Plutarco en sus “Vidas paralelas”. Lo leía antes.
Hemos salido a merendar. Café con leche, té de frutas del bosque y un par de pastas con chocolate. El cartelito rezaba “Nutella”. Todo lo que rodea hoy la vida cotidiana, material e ideológicamente, está dominado por la influencia de las grandes marcas comerciales.
El bebé chilla de contento antes de dormirse; al momento llora y se revuelve. Si él supiera que ninguno de nosotros sabemos a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos... Afortunadamente no lo sabe, y confía.
No recuerdo el día que dejé de confiar; cuando corrí el velo de la suspicacia. Fue algo paulatino. No sucedió bruscamente.
Anoche volví a ver la biopic de J. D. Salinger, “Rebelde entre el centeno”. Tras la guerra no volvió a ser el de antes. Se recluyó en la escritura y la meditación. Los acontecimientos traumáticos, bien derivan en la locura, bien en el aislamiento. Ambos son refugios seguros contra la fiera realidad exterior.
Soy un hombre solitario. Me gusta pensar que “de lo más solitario”. Disfruto la soledad, siempre lo he hecho. Por otra parte, siempre he tenido un hogar al que volver. No sé qué es estar solo.
Jesús de la Palma
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