Hombre bueno, hombre santo
No existe hombre bueno, y menos santo, excepto el muerto.
A Pericles no lo echaron en falta los atenienses que llevaban mal su poder mientras vivió, sino una vez desaparecido. Así termina Plutarco la narración de su vida.
He pasado la tarde-noche leyendo y escuchando el cuarteto de Dave Brubeck y a Chet Baker. Dave Brubeck tenía el pelo como mi padre: ondulado y peinado hacia atrás. Ambos vestían chaqueta y corbata. Fueron hombres de su época, como yo lo soy de la mía.
Siempre dije, también en vida, que mi padre era un santo. Me reservo el derecho a la contradicción.
De Chet Baker me fascinan su vida y su carácter. Hay un documental sobre él: “Let's Get Lost (Vamos a perdernos)”. Me interesa su faceta más íntima en parte porque fue drogadicto, y siento un enorme respeto por los locos y los drogadictos; ninguno de los dos soporta la realidad, la visión de los hombres “cuerdos” y “saludables”.
La vida en común siempre me ha parecido una perversión en sí misma, una trama distópica ideada por un genio diabólico. No creo que fuera Dios quien nos arrojara al mundo, sino su fatal contrario en un despiste de Aquel, pues de haber sido por Él, ningún ser vivo habría traspasado los límites de su misericordiosa conciencia.
Jesús de la Palma
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