Memoria
Va a hacer un año de la muerte de papá. Hace poco cumplió doce la de la abuela y veintidós la de la otra abuela; a un abuelo no lo conocí, era de 1896 ó 1898, no lo recuerdo bien; tendría que preguntárselo a papá, y ya no está; de la del otro abuelo han hecho treinta años. ¡Treinta! De la de mamá, veinticuatro.
Conocí a una de mis bisabuelas hasta los siete u ocho años; cantaba canciones, sentada en su sillón, mientras yo saltaba en la cama y le decía que «más, más», y «venga, venga». Así me lo pinta el recuerdo.
Ayer hablaba con mi hijo mayor y coincidió conmigo en que la vida pasa demasiado deprisa, cosa que cuando yo tenía su edad no pensaba, por lo que me alegró escucharlo.
Cuando duermo al bebé y contemplo su facilidad para coger el sueño, pienso que duerme sin memoria.
Hay quienes terminan rodeados de cariño y sin memoria, me pregunto hasta qué punto son afortunados, o si lo son.
¿Cuál es el precio a pagar por mantener la memoria? Cada uno habrá de echar sus cuentas. En cualquier caso, lo mejor de la memoria es que es maleable: ni mentira ni verdad, sino una pálida mezcla de ambas.
Jesús de la Palma
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