Cuaderno de lecturas

Un cuaderno de lecturas no estaría mal. Debí haberlo comenzado hace años. Qué cosa, el tiempo, los años. Gloria Beatty debería haber vivido más, y sin embargo murió joven. No es por tanto cuestión de quejarse por una menudencia así. De lo que dudo ahora es de sí llevarlo a cabo en papel o en la pantalla. 

Seguramente apueste por lo segundo. 

Yo, tan anacrónico para algunas cosas...

La última lectura ha sido "Nada que esperar", de Tom Kromer. Es una historia difícil, autobiográfica. Es un testimonio de guerra, de una guerra silenciosa que nunca termina, la de la miseria, que se lleva librando desde tiempos inmemoriales. También hay lugar para la belleza y el amor entre tanto dolor. Una Nochebuena cena con Yvonne. Se acaban de conocer en la calle, como no podía ser de otro modo, y ella le pregunta que dónde duerme. «En el parque», responde él. «Puedes quedarte aquí —repone ella— hasta que la propietaria nos eche». Es un momento cumbre en la historia, el único amable a lo largo de ciento veintisiete páginas de hambre, peligro, castigos y humillaciones.

"Nada que esperar" es un testimonio atroz, una batalla contra la locura, el hambre y la fatiga; a su vez es un antídoto contra la propaganda política y el alboroto mediático. El testimonio de Kromer descorre la cortina de esa habitación olvidada en la que nadie quiere entrar. Pero Kromer no es un ser de otra galaxia, es un hombre como cualquier otro, y su testimonio, mucho más común de lo que nos gustaría imaginar. 

La Navidad pasada hicimos noche en Madrid por motivo de una escala aérea. Nos quedamos en un hotel a las afueras, no recuerdo a cuántas paradas de metro de Sol, pero no demasiadas. Nada más salir, en los bajos de un puente que cubría un tramo de autovía, vimos un campamento de personas sin hogar.

Kromer solo escribió esta novela, y qué novela; un auténtico golpe de efecto. Un despertar. Un mazazo para el ánimo. "Nada que esperar" es una historia lenta y dolorosa, escrita a trompicones, en servilletas de bar y en trozos de papel encontrados al azar. Una verdadera heroicidad. Kromer estudió en la universidad y durante dos años trabajó dando clases en escuelas rurales; como muchos otros testimonios de personas que terminan viviendo a la intemperie, él tampoco habría imaginado acabar así. 

La vida de Kromer transcurre a lo largo de la Gran Depresión. En el breve anexo que dedica a su autobiografía, nos ilustra del siguiente modo: «En Kansas no había trabajo. Ya existía la cosechadora y por primera vez vi a un grupo de hombres intentando rebelarse contra una máquina». 

A día de hoy, andamos inmersos de pleno en la Revolución Digital, pero a diferencia de los tiempos de Kromer, parece ser que hemos asumido que la batalla está perdida.

Jesús de la Palma 



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