Animales de compañía

Desconozco hasta qué punto el antinatalismo del filósofo noruego Peter Wessel Zapffe o la “filosofía de la redención” de su homólogo Philipp Mainländer son ideas originales, pero, aun siendo un profano en materia de antropología cultural, tiendo a creer que el deseo de paternidad tiene más que ver con el instinto que con la cultura; otra cuestión es la crianza, siempre sujeta a cambios e interpretaciones a lo largo de los siglos. No sucede así con los animales, pues la mirada hacia estos es principalmente cultural. Hoy coronamos a los leones como reyes de la selva, y nos indignamos y hasta el desaliento frente el asesinato de un elefante; pero el europeo del siglo XV, y pongo como ejemplo el “San Jerónimo (con león)” de Stefan Lochner, no podía sentir por una bestia leonina, animal mitológico para él, la empatía natural que podría haber sentido por un bebé. Para el propio Descartes los animales eran, desde su punto de vista, «bestias sin pensamiento», autómatas, máquinas. Más parecidas a un reloj, que funciona puntualmente, pero no tiene conciencia. 

En cuanto a mi sentir respecto a los animales en general y las mascotas en particular, siento un profundo respeto por la especie, aunque he de reconocer cierta predilección por los gatetes

Por lo que respecta al individualismo imperante, y como he dicho al principio, me cuesta creer que la gente decida voluntariamente no tener hijos y eludir consciente y voluntariamente el placentero deber de formar una familia; me inclino más bien a pensar que la gente hoy no tiene hijos por dos motivos: malthusianismo ideológico e imposibilidad material para darles sustento. 

Mi crítica, pues, se centra en la perversa práctica capitalista de convencer a las personas para adquirir mascotas y que las traten como de sus propios hijos se tratase, cuando lo que en realidad se está llevando a cabo con aquellas un silencioso proceso eugenésico. Cabe preguntarse hasta qué punto, en España, en el trueque de mascotas por hijos, influyen la precariedad laboral, los alarmantes índices de desempleo, la banalización de lo sagrado, como pueden ser los vínculos afectivos, y la mercantilización de las emociones, erigiendo nuevos ídolos a cada despuntar del día, previamente escogidos por las principales marcas comerciales; asimismo la imposibilidad de acceso a una vivienda digna, en gran parte forzada por la turistificación y el azote de las viviendas vacacionales. Según diversas fuentes, a golpe de clic en cualquier buscador de Internet, en los hogares japoneses hay más perros y gatos que menores de quince años; son del mismo modo renombrados los minúsculos apartamentos en Tokio; según un artículo de BBC (2021): «Hiroshi Sugano vive en un apartamento de 9m². Es uno de los jóvenes profesionales que ha optado por vivir en casas diminutas pero bien ubicadas». Ante semejante perspectiva, los hijos, para una gran parte de la población de los países desarrollados, han pasado a ser un artículo de lujo, y si se le preguntara a muchos jóvenes de entre veinticinco y treinta años si están pensando en formar una familia, seguramente responderían: «Pero ¿de qué locura me estás hablando?». 

Hay un documental titulado “Polonia. Vivir en microapartamentos”, y que abre con el testimonio de una joven “propietaria”: «A mi urbanización la llaman la Hong-Kong de Varsovia». A continuación, la intervención de una agente inmobiliaria, quien asegura que «se vende todo». Son pisos de veinticinco metros de media, de mala calidad y a precios desorbitados. Lo que pone de manifiesto una vez más la tendencia a no tener hijos por una imposibilidad netamente material. 

Esto de Varsovia me llevó a pensar que si los nazis recluyeron a los judíos forzosamente en un gueto, los capitalistas han conseguido que la población pague cantidades indecentes de dinero por recluirse en microapartamentos que indudablemente van a condicionar su modo de vida, a tal punto que la única compañía a la que podrán aspirar será la de una mascota. Un plan de eugenesia redondo, pues no solo no les cuesta un solo céntimo, sino que les resulta de lo más lucrativo. 

Jesús de la Palma 

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