Amistades

Visito al filósofo bloguero como el que visita a un amigo, esperando que le cuente algo de interés. Se saca un chascarrillo de la manga y se hace llamar Fray Augusto de la Flor. A mi edad no hace uno amigos así como así, de modo que mantengo la distancia y me asomo con sigilo, con la única intención de no molestar. Hoy por hoy considero que tengo amigos; no se puede vivir sin amigos; pero no tengo un amigo, digamos íntimo, con el que me encuentre con asiduidad y haya una confianza consolidada por el correr de los años y a través del trato cercano. He dejado el curso de las aguas a su ser y me he vuelto un hombre algo solitario y esquivo. El último amigo con el que más frecuentemente me encontraba lo di por perdido tras una discusión, otra de tantas entre él y yo. Esta mañana me he acordado de él, y de lo que me dijo; también yo le dije; pero mi decir fue al contraataque, por lo que tengo excusa, la excusa del que se defiende y no ha desenvainado primero. Hace ya un par de años de esto, o tres; sí, tres. Tiempo suficiente para pensar. ¿Qué pensaba? Nada. Solo le mantenía un intenso rencor por sus decires. No obstante, esta mañana he pensado que si no hay posible reconciliación es más porque hemos tomado caminos muy diferentes y poco o nada tenemos en común ahora. Al menos en lo que recuerdo de cómo era él. Algo, por otra parte, que ya venía barruntando entre mí y dejaba pasar una y otra vez. Por lo tanto, el encono ha terminado esta mañana, y con naturalidad he entendido un porqué que ha tardado en venir el tiempo necesario. Hoy por hoy me siento querido y acompañado. No le puedo pedir más a la vida. Lo más importante para un ser humano es saber que hay otros ahí fuera o a su lado que piensan en él, y en mi caso, afortunadamente, siempre he tenido familiares que han velado por mí. 

Jesús de la Palma 

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