Si Dios quiere

Mi abuela, para despedirse, le decía a la gente: «Ande usted con Dios». Mi padre: «Hasta mañana, si Dios quiere». Cuando miro a mi hijo pequeño me acuerdo de mi abuelo, se lo acabo de decir a ella. De sus despedidas para con la gente no me acuerdo, pues murió siendo yo muy joven, aunque sí de otras muchas cosas. Tenía un humor serio muy particular del que finalmente no he hecho mi seña de identidad, aunque sí lo he tratado de imitar durante un largo periodo de mi vida. Hasta no hace mucho me sentía alejado de los mayores, sin embargo, en el fondo siempre he querido ser uno de ellos; quería darles alcance, pero no me alcanzaba la experiencia, y expresiones como las de marras no entraban en mi vocabulario cotidiano. Hoy tampoco suelo mentar a Dios para despedirme, pero con el correr de los años ha habido un cambio drástico en mi concepción del tiempo, por lo que ahora no doy por hecho nunca el día siguiente. Sin duda, vivo mejor así, sin dar la vida por sentada. Pensar que cabe la posibilidad de que mañana podría no estar aquí me alivia, y de qué manera, el peso de la existencia. Así las cosas, comienzo a tener esa característica sensación de extrañeza frente a los más jóvenes, ya que el mundo que marcó mi adolescencia y juventud, el que deja una marca indeleble en cualquiera de nosotros, ya no existe, y la nostalgia, además de una mirilla al pasado, se ha convertido en seña de identidad, por lo que cada vez atisbo más cerca el despedirme de la gente con un natural «hasta mañana, si Dios quiere».

Jesús de la Palma 
 

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