Qué risa, María Luisa

Mi padre, hombre transparente donde los hubiera, y por tanto lejano amigo de la ironía, tenía, no obstante, una muletilla que repetía cuando algo no lo veía claro: «Ay, qué risa, María Luisa». Una herencia lingüística que utilizo yo con mi hijo pequeño en una versión particular y extendida cuando me sonríe y le contesto, también sonriendo: «Ay, qué risa, María Luisa, ja, ja, ja; ¿nos reímos juntos, mi vida, nos reímos...?». Entonces él me devuelve otra sonrisa y nos reímos juntos. Tiene el pelo arremolinado, como yo, en el cogote. Y rubio, como cuando yo era como él. Ahora que lo miro, con su barbillita partida y los ojitos chicos y almendrados, es como si la vida me hubiera dado otra oportunidad. La fuerza del mito, que aún nos sigue acompañando. Leo que “las brujas de Inglaterra, Escocia y Bretaña aún se atribuían el control y venta de los vientos a los marineros en una fecha tan tardía como finales de los siglos XVI y XVII”. Las corrientes ideológicas del siglo XXI, validadas por la posverdad, hacen girar el mundo en torno torno a quienes piensan que el sexo y la pobreza y la verdad y la mentira y el bien y el mal son construcciones sociales, relatos magníficos que cada cual puede reinterpretar a su conveniencia. Con semejante panorama, ¿qué daño me puede hacer creer en la reencarnación?

Jesús de la Palma 

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