Mueble-biblioteca

Ayer comimos con Y., V. y su hijita N. Desde los ventanales se veían la Isla de Lobos y Lanzarote. Unas vistas fantásticas. Les hice una foto. Sirvieron un arroz riquísimo y carne y helado de postre y después café. Durante la sobremesa hablamos de rutinas para ejercitar la mente y yo dije que trataba, en la medida de lo posible, de leer a diario un número determinado de páginas, que unas veces eran más y otras menos. El número que considero óptimo son cincuenta. Por la noche, muy cansado, terminé el libro y caí en la cuenta de que no había visto allí ningún mueble-biblioteca, lo comenté con ella y coincidió conmigo. Recordé que un diarista español afincado en Nueva York, Hilario Barrero, escribió una vez que sabía cuánto iba a durar una visita en función de la biblioteca de los anfitriones. El nuestro no fue el caso, pues aun sin libros las horas de charla transcurrieron de forma distendida. Los temas de conversación fueron los propios de familias concienciadas con la responsabilidad de la crianza de los hijos y con el orden de cosas en general. No hubo bromas que propiciaran risas estridentes, sino un humor neutro y muy medido. Esto último me dio a pensar que desde muy joven anhelé la vida mesurada, la vida adulta.

Jesús de la Palma 

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