Menudencias diarísticas

De nuevo la ridícula idea de comenzar con la novela que siempre me ronda por la cabeza. Todo a raíz de que se me ocurre una frase; como lo que ya he escrito mil veces sobre cuando era pequeño y quería escribir un cuento y solo alcanzaba a escribir “érase una vez”. 

Ya me imagino sentado en el escritorio, frente al ordenador, y no con el teclado del teléfono, enredado en estas “menudencias diarísticas”. Pienso en varias editoriales a las que enviarles el borrador y ya me veo consagrado como escritor, aclamado por la crítica y el público, y eso que solo se me ha ocurrido una primera frase, a saber: «Tengo un callo en la mano izquierda, justo en el primer pliegue, debajo de los dedos índice y corazón; es de estrujar con fuerza los trapos de la limpieza».

La vida misma es un sueño inalcanzable, ¿qué me impide soñar que me convertiré en un escritor consagrado? Y si no es con la novela, será con el diario: «Algún día...», me digo. 

No hago sino seguirle el juego a la vida.

Me levanto y me asomo por la ventana de la cocina: el mar está picado y escucho a través de la rendija soplar el viento con fuerza: «¡Fuuuuu!». Hace tan solo unos días, a causa de la calima, apenas se distinguía en el horizonte; en otra ocasión, un crucero con la calma chicha y el cielo despejado. 

Sigo con la lectura de Los mitos griegos, aunque en este intervalo de tiempo me he hecho con algunos libros nuevos; libros que no sé si llegaré a leer. No satisfecho con ello, estoy pensando en comprarme otro. Se trata de la biografía de David Foster Wallace escrita por D. T. Max, titulada Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Me suscita más interés esta biografía que La broma infinita. Entre los títulos adquiridos recientemente están: Elogio de la Edad Media (de Constantino a Leonardo), El año mil y En pos del milenio (revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media).

En 2003 Foster Wallace decía que no veía la televisión. Yo llevo una semana sin Instagram; he desinstalado la aplicación del teléfono. Con las Redes Sociales en el escenario social, la televisión ha pasado a ser poco más que un juego de niños. Anoche veía un programa de crímenes y este medio día el telediario: sensacionalismo y propaganda política. Poco ha cambiado la programación desde aquel lejano año 2003 en el que Wallace se pronunciaba lúcida y premonitoriamente. 

Jesús de la Palma 


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