La vida en zigzag

Esta mañana he pisado un chicle. Aún hace calor y estaba pegajoso. Me va a costar trabajo limpiarlo, porque el dibujo de la suela es en zigzag y las hendiduras son muy estrechas.

Por la tarde he ido al médico. La doctora ha aplaudido mis niveles de colesterol y yo me he alegrado. Nunca habría imaginado llegar a este punto. Fui un joven invencible.

Lo celebro con un café con leche y una magdalena con relleno. En la cafetería, un hombre, para mí joven, lleva una pulsera de seguimiento en el tobillo. No es el primero que veo. Me pregunto qué habrá detrás.

En el edificio de enfrente vive un punki. Lo he visto al salir. Le calculo mi edad. Los punkis de hoy son “viejas glorias”. Tiene una cresta enorme, que tinta de diferentes colores cada tanto. Es operario en alguna empresa de mantenimiento. Me he fijado en que a veces lleva un mono de trabajo. 

Voy a la peluquería. Demasiado corto, para mi gusto; aunque mientras me corta, observo en el enorme espejo que tengo a la espalda la calvicie de la coronilla y me digo que qué más da. Son árabes. Dos señores algo mayores que yo. Tienen la televisión encendida. Un canal de noticias. Hablan de un atentado en Francia, en un instituto, a manos de un radical islámico, y del conflicto entre Gaza e Israel.

Mi hijo mayor me llama. Quiere contarme algo. Durante la conversación, me dice: «Para que veas que te hago caso... ¿Te has fijado en el fútbol?, los buenos jugadores lo son en parte por seguir los consejos de sus entrenadores. Tú eres como mi entrenador y yo soy tu jugador».

Las relaciones humanas están sujetas a la narración.

Como no quepo en mí, se lo cuento a ella. Le digo que si de algo sirven los errores es para allanar el camino de otros.

Jesús de la Palma 

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