La broma infinita

Me cuenta que este año hay varios alumnos nuevos. Uno de ellos es polaco y no habla español. 

En el poco tiempo que llevan de curso, ella se ha dirigido a él en inglés, creyendo que lo hablaba, puesto que asentía con la cabeza; hasta que hoy se ha percatado de que únicamente habla polaco; por lo que se han comunicado a través del traductor del teléfono. 

Me lo ha contado como una anécdota simpática; que lo es, aunque no he podido evitar pensar en su cara más triste. 

En la entrevista que vi ayer de David Foster Wallace, este se sorprendía de que la gente encontrara divertida “La broma infinita”, cuando él la concibió más con ánimo de desventura que de aventura.

Todo esto me ha hecho recordar cuántas veces yo mismo he fingido entender algo que no entendía, o me he reído de algo que no solo no me hacía gracia, sino que me hería.

El humor es tan difícil de encontrar como la propia inteligencia, porque sin esta no hay aquel. Yo mismo me he convertido en un hombre de lo más serio, y no porque no me guste el humor, sino porque frente a la enorme dificultad que supone encontrarlo, siempre dado a cuentagotas, he optado por adoptar un semblante serio como traje de diario, porque eso de reír por reír, o reírle las gracias a cualquiera, cansa más que reconforta.

Hablo, por supuesto, del buen humor en su faceta más combativa, y no de ese humor bobalicón, cómplice del orden del cosas establecido, que impregna el ambiente como una capa grasienta de aceite recalentado.

Jesús de la Palma 





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