I can

Rescato un fragmento del libro que estoy leyendo y que habla sobre Memnón, que estaba al mando de un millar de etíopes, y se lo envío por guásap a mi hijo mayor. También le envío la tercera estrofa de la canción de Nas I can. El primer comentario del vídeo en Youtube pide el Premio Nobel de la Paz para el rapero por la canción. 

En la Plaza de la Paz, justo enfrente de la clínica, se inaugura un festival de manga que durará todo el fin de semana. Lo hablo con el fisioterapeuta, que es un chico joven, y me dice que esta noche se pasará a ver los conciertos y a tomar algo. Hablamos de la cultura japonesa y yo menciono el problema de la vivienda y el suicidio. No hace demasiado aprecio y le hablo de música, lo que nos lleva a la cultura estadounidense. Me cuenta que ha visitado Miami y Florida. 

De vuelta me llama un número desconocido: es ella, ha salido a la calle y está en una tienda; no encuentra su teléfono y le han prestado uno.

Estoy cerca, de modo que le digo que se espere donde está. 

Llamo a su teléfono y contesta ella: lo tenía en el bolso. 

Vamos a la cafetería a merendar. Pide pastas y una porción de tarta de manzana; todo para compartir. Le reprocho que haya pedido la tarta de manzana, porque no me gusta. «Haber pedido tú. Siempre dejas que pida yo», contesta. 

Tras la merienda vamos a comprar un babero de plástico para el bebé. Damos un paseo y volvemos a entrar en una cafetería para darle el biberón. Esta vez pedimos un agua con gas. Es la cafetería con decoración jazzística, de la que ya he escrito; desde la que hablé por teléfono con mi padre. Ella menciona la antipatía del camarero, a la que yo ya me he acostumbrado y paso por alto. 

Allí hojeo el XLSemanal. Solo he leído el artículo de De Prada, que comienza citando a Poe y volviendo otra vez sobre sus pasos y embistiendo contra el nihilismo que corroe los valores cristianos como si de células cancerosas se tratase. El de Pérez-Reverte se me ha pasado esta vez. 

Jesús de la Palma 






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