Carmen

La panadería no está lejos, a unas pocas calles en dirección al Ayuntamiento. También es pastelería, pero nunca compro dulces. Desayuno un bollito a diario y ya no vuelvo a comer pan hasta el día siguiente. Nunca he almorzado con pan. Ayer por la tarde compré cinco bollitos integrales que guardo en el congelador. Esa costumbre de comer a medio día con pan no sé de donde viene, pero supongo que vendrá de antiguo y será para sentir la panza llena, porque llenarla con carne cuesta lo suyo. De todos modos, no soy de mucho comer. 

M. A. ya balbucea, se despierta y nos dice cosas que solo él entiende. Mientras se toma el biberón, y lo hace con ansia, con una manita me agarra un dedo y con la otra se tira del calcetín.

Anoche vi “Carmen”, la película basada en 
la obra operística de Georges Bizet,
que sitúa la trama en la España dieciochesca. Le pregunté a ella por Paz Vega, de la que no he sabido nada, cinematográficamente hablando, en años. Tampoco me supo dar una respuesta clara. «“Carmen”, qué nombre tan bonito y español, y con que fuerza irrumpe una vez se pronuncia», pensé. Carmen a solas. Mi madre se llamaba María del Carmen. 

La trama de la película es universal y de una fuerza sobrecogedora, a saber: la caída en desgracia de un mando medio militar que es primero degradado y después expulsado del ejército y finalmente condenado a garrote tras perder la cabeza por una mujer que es a la vez de todos y de ninguno. 

Ya le he advertido en no pocas ocasiones mi hijo mayor sobre esto, y al pequeño espero poder alertarlo en algún momento. 

Lamentablemente, casi a diario se dan casos fatales de violencia de hombres contra mujeres, de los que los diferentes medios de comunicación se hacen eco; pero nada se dice de los estragos silenciosos y silenciados de la sutil e indirecta violencia femenina, que, como en “Carmen”, arrebata vidas y destroza familias.

Jesús de la Palma 

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