Café con leche

El café con leche me gusta caliente, no importa si invierno o verano. En el microondas lo tengo durante dos minutos. En las cafeterías lo pido caliente y sin espuma. El café es una bebida democrática: se toma en las cárceles y las universidades; en los hospitales y en los juzgados. Es la principal excusa para reuniones entre amigos o reconciliaciones amorosas. El café es una bebida amarga que deja un apacible regusto en el paladar durante horas. Si la vida fuera una bebida, sería el café. Yo he tomado café en el entierro de mi padre y en el nacimiento de mi hijo. He tomado café sin aliento para la vida y colmado de dicha. Solo y en compañía. Mi vida podría narrarse con los momentos en los que sorbía un café con leche; todo lo que hay que contar de ella descansa en los posos de una taza de café. El café, negro como la muerte, es sin embargo un trampantojo para ahuyentarla; el café es vida que se disfraza de muerte, como la costumbre actual de vestir de negro en señal de luto, que nadie relaciona ya conscientemente con la antigua tradición de engañar a las ánimas alterando el aspecto normal de uno.

Jesús de la Palma 

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