Amigos, amantes y aquello tan terrible

Me despierto con la noticia del fallecimiento de Matthew Perry. Para las personas de mi generación fue alguien muy presente en nuestras vidas. Por entonces no existían las plataformas de vídeo a demanda y todos veíamos Friends, El príncipe de Bel-Air y Sensación de vivir. 

Últimamente le he seguido ligeramente la pista por una página de Instagram llamada Sober Celebrities. Fue ahí donde conocí su problema con las adiciones.

He indagado sobre las causas de la muerte, pero ningún medio se ha pronunciado al respecto; todos corren un tupido velo que deja libertad al lector para que llegue a sus propias conclusiones.

«Los secretos te matan; los secretos matan a las personas como yo», sentenciaba en una entrevista reciente en relación a su autobiografía, Amigos, amantes y aquello tan terrible, para el canal ABC News.

Llama la atención la mansión donde recibe a la entrevistadora, por lo que uno puede llegar a dos conclusiones, a saber: que verdaderamente era una de esas personas a las que los secretos le causaban un daño terrible, o que necesitaba un suculento contrato de edición para pagar las facturas millonarias de un desenfrenado tren de vida. 

En cuanto a la trágica noticia, todo apunta, por sus antecedentes, a que la suya ha sido una muerte metafísica, más relacionada con los humores del alma, que con los del cuerpo. Personalmente, me duele ver cómo aún las adiciones suponen un estigma para los que las padecen, y cómo una opinión pública desinformada los tilda de débiles o licenciosos, cuando las adiciones son una enfermedad más.

Nada más ver la noticia la he comentado con ella. Es como si hubiera fallecido un amigo nuestro. Matthew Perry fue el amigo de toda una generación, la nuestra. 

Jesús de la Palma 





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