Acontecimientos vitales

Siempre tengo entre manos una lectura formal, en la que estoy centrado y a la que dedico diariamente el tiempo medido y pertinente; luego están otras esporádicas, de las que bebo a pequeños sorbos en momentos puntuales del día. El año pasado, lo miro en el diario, tenía como primera lectura El mundo chino, de Jacques Gernet, y como añadida, Vivir para contarla, las memorias de García Márquez, que abandoné por diversas razones a las ciento y pocas páginas. 

Cuántos encuentros y reencuentros literarios de un doce de octubre a otro: Homero, Shakespeare, Platón y Aristóteles como los más destacados. 

He terminado siendo un pobre hombre que lee, porque los que ante todo son lectores nunca terminan de comprender el mundo y menos aún de encajar en él. Soy un fugitivo por el que nadie ofrece recompensa. 

En este tiempo también ha habido otras lecturas. Recuerdo con especial cariño Ordesa, de Manuel Vilas, y Los vencejos, de Fernando Aramburu. También hubo sitio para Pascal, La Rochefoucauld, La Bruyère y demás moralistas; así como para La historia de la literatura italiana, de Giuseppe Petronio, y La Inquisición española, de Henry Kamen, entre otras tantas. Entremedias he abandonado Solenoide, de Mircea Cărtărescu; puede que no emprendiera el camino en el momento adecuado. 

Ahora mismo tengo como primera lectura Los mitos griegos, de Robert Graves, a la vez que voy leyendo a retazos los Cuadernos de Cioran. 

Un año da para mucho, y no solo en materia lectora.

En este tiempo ha fallecido mi padre y ha nacido mi hijo, todo eso entre lectura y lectura. Aunque la vida no es lo que sucede al margen de los libros; la vida es un libro que solo se puede interpretar con el aparato crítico que te otorgan los libros.

A raíz de estos dos acontecimientos vitales presto más atención tanto a los viejos como a los bebés. Ayer mismo me detenía en la última publicación en Instagram del cantante y compositor John Mayer, a quien admiro profundamente. Aparecía junto a su padre, de noventa y seis años, a quien se detuvo a visitar en el transcurso de una gira. Mayer tiene cuarenta y cinco, por lo que eché las cuentas y pude concluir que su padre lo tuvo con cincuenta y uno. Fue una imagen tierna y esperanzadora. 

Esta mañana he estado escuchando mi disco preferido de Mayer, Born & raised, con el bebé, y hemos puesto hasta en tres ocasiones Love is a verb, porque la vida se reinterpreta a través de la palabra. 

Jesús de la Palma 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo no soy malo (ficción narrativa)

“Fresas salvajes”, “Olive Kitteridge” y “Panza de burro”

Cuajo