Lo universal

Ayer me hice con varios libros, entre los que hay títulos de autores como Steven Pinker, Mark Fisher o Svenja Flasspöhler. No obstante, sigo leyendo a Aristóteles, para quien «lo universal es más conocido por la razón y lo particular por la sensación». 

Fue una jornada particular.

En el supermercado, sufrí un vahído y me tuve que sentar encima de unos cartones de leche que había apilados. Ella fue a traerme algo con azúcar, y gracias a Dios surtió efecto. Me trajo un rosco de chocolate blanco y un zumo de naranja. Por un momento sentí que me moría, y tuve miedo. No está mal para un recurrente lector de Cioran. 

Me recuperé enseguida, y hoy he estado en la consulta del médico por un esguince de tobillo y no le he dicho nada de lo de ayer. ¿Qué sentido tendría la vida si no tuviera ese componente azaroso que en tantas ocasiones nos da la espalda? No decirle nada a la doctora de lo de ayer ha sido mi humilde venganza. La vida, no nos engañemos, es una fulana. 

Recuerdo cuando era joven y no me preocupaba lo más mínimo por la salud. Fui un joven inmortal. Hoy por hoy soy un hombre maduro que guarda con celo un poso de resentimiento. La vida no me ha tratado bien. A nadie que haya llegado a mi edad la vida se ha olvidado de enseñarle los dientes. 

Para salvarme, he reconducido mi pensamiento más hacia lo universal que a lo particular. De otro modo, el rencor se habría enquistado en el punto más recóndito de mi corazón y se habría formado un coágulo y me habría muerto de coraje. 

Al reconducir mi pensamiento por el camino de la razón, he aprendido a quitarme importancia y a reconocer que ninguna de mis ideas es verdaderamente mía, sino que tomo prestado de aquí y allá; desde luego, poniendo sumo cuidado a quien me confío.

Jesús de la Palma 

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