Lo propio de la cada edad

Ayer me volvió a enseñar los estilismos de Alejandro Sanz, son lo único que no le gusta de él. Los tatuajes, los trajes brillantes, las zapatillas de plataforma, el pelo amarillo... Todo lo que ella considera inadecuado para un hombre de su edad. Aunque nada de eso impide que siga siendo una incondicional admiradora de su música y lo siga considerando «guapísimo». 

Por la noche estaba tan cansado que fui incapaz de leer. Me quedaban nueve páginas para cumplir el cupo de las cincuenta que me propongo leer a diario. 

Encendí la televisión y vi un par de películas de Clint Eastwood en Trece TV. La primera, de vaqueros, ya empezada. Era de 1975, con los efectos especiales propios de la época, que incluían el tomate frito como sustituto de la sangre. La otra tenía un guión delirante; un profesor de historia aficionado a coleccionar obras de arte millonarias al margen de Hacienda. Más concretamente, veintiuna obras pictóricas, entre las que figuraban firmas como las de Matisse o Picasso, y las cuales se pagaba con un sobresueldo que le reportaba su tarea de asesino a sueldo justiciero. 

La principal característica que tenían las dos películas en común era, sin lugar a dudas, los mamporros; mamporros a mansalva. También conductas que hoy serían intolerables por machirulas y sexistas. En “Licencia para matar”, una chica en bikini pide un refresco en la barra, justo al lado de Eastwood, y este, sin conocerla, le da una cachetada en el trasero, a lo que ella reacciona sonriendo; en otra escena, una entrenadora profesional de escalada le enseña los pechos desde arriba para animarlo a subir. 

Lo único que me pareció reseñable de la cinta fue una lección moralmente universal: uno de los compañeros de la misión de escalada final era un hombre maduro que trataba de mantener a su lado a una mujer joven e infiel, para lo que actuaba tratando de emular la conducta de los jóvenes amantes de aquella.

Jesús de la Palma 

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