La realidad desnuda

Qué decir del amor que ya no se haya dicho. Prácticamente como de todo. Para decir algo nuevo hay que ser un genio, y ni aun así, pues todos nos nutrimos en mayor o menor medida de lo que ya han dicho otros. Los genios, eso sí, van más allá, mejoran lo presente; las personas corrientes como yo tenemos que contentarnos con decir lo ya dicho una mil veces con algo de soltura y desparpajo si queremos causar buena impresión. Es por esto que yo no vengo a decir nada nuevo sobre el amor; en este caso particular, sobre el amor a los hijos. Para el mayor solo tengo buenas palabras y los mejores deseos; en cuanto al bebé, pues que me encuentro en un estado poco menos que límbico. Esta tarde, sin ir más lejos, en la consulta de pediatría, mientras lo sostenía en brazos, se ha tirado un pedo oloroso y me han dado ganas de decirlo en voz alta: «Ha escuchado usted el pedo que se ha tirado mi hijo, y no sabe lo que huele». Esto lo pensaba mientras me lo acercaba una vez y otra y lo olía como si oliera un jardín de rosas. Claro que me he callado y no he dicho nada, pero por dentro quería decir lo del pedo y preguntarle si se había fijado en la preciosidad de criatura y en la gracia que tenía, que hasta se tiraba pedos. Y es que el amor nos saca del mundo, o mejor, nos construye un mundo nuevo y habitable, no como el de verdad, que tiene más de desierto y de letanía; me refiero al mundo fuera del amor, a la realidad desnuda.

Jesús de la Palma 

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