La mente ha muerto

La plancha no se me da mal y siempre la llevo al día desde hace años. No siempre fue así. Recuerdo una época de soltero en la que la ropa descansaba apilada en la cama del dormitorio auxiliar. Aun así nunca he salido a la calle con la ropa sin planchar, no al menos que recuerde, y la memoria me da para décadas atrás. Hoy mismo he planchado una lavadora que he puesto a primera hora y que se ha secado a lo largo del día. Es domingo. La plancha no se me da mal, como tampoco se me da mal la vida, lo que no quiere decir que planche bien o que sepa vivir. No sé vivir como tampoco sé planchar, pero hago ambas cosas inercialmente. Los domingos, especialmente los domingos por la tarde, no son días propicios ni para la plancha ni para la vida. «¿Quién plancha un domingo por la tarde?». Me preguntaba eso mismo mientras planchaba y pensaba que era la única persona del mundo que estaba planchando mientras era asediado por un batallón de dudas. Y también: «¿Quién vive, acaso no están todos muertos ahí fuera y soy yo el único superviviente en esta tarde de domingo?». Lo que me ha llevado a pensar en Henri Roorda y su pesimismo alegre, que no lo libró de una muerte violenta y autoinfligida. Pensaba en Roorda porque se disparó en el corazón tras la muerte de su padre y yo tengo muy reciente la muerte del mío, y como las tardes de domingo son muy dadas a la melancolía, he pensado en él, aunque sin el ánimo roordiano de dispararme en el corazón. No obstante, y sin lugar a dudas, estoy más cerca de Roorda y su humanidad que de Bryan Johnson, de cuarenta y cinco años, y creador de un proyecto experimental bautizado como Proyecto Blueprint, con el que asegura haber conseguido rejuvenecer ocho años su corazón, diecisiete su piel y veintisiete sus pulmones. En una entrevista reciente asegura que ha creado un algoritmo que cuida mejor de él que él mismo, y toma como referencia la frase de Nietzsche, “Dios ha muerto”, para asegurar que, frente a la potencia del algoritmo, “la mente ha muerto”. 

Jesús de la Palma 

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