La cafetería

Esta mañana he vuelto a la cafetería donde el año pasado hablé por teléfono con mi padre y donde, ya fallecido, escribí sobre él una entrada íntima para el blog que, aunque es pública, nadie ha leído. Esto último lo sé por las estadísticas, que se pueden consultar en un apartado de la plataforma. Lo hice así a propósito, pues en mi blog nadie me lee a no ser que publique una entrada concreta en una red social como Facebook o Instagram. 

Llevaba sin ir desde enero, que fue cuando escribí la entrada de marras. Cuando he llegado a la casa de vuelta, ella me ha preguntado si, al ir con él carrito de bebé y al haber transcurrido tanto tiempo, los camareros, un matrimonio, que me conocen como cliente, se habían dirigido a mí. Le he dicho que no, que no hay la suficiente confianza. 

Es una cafetería que siempre me recordará a mi padre, aunque él nunca haya estado allí. Hoy ha estado mi hijo por primera vez, dormido, en su carrito. 

He hojeado dos números de XLSemanal, concretamente, los artículos de sus dos buques insignia: Pérez Reverte y De Prada. De Reverte he leído un par de párrafos, algo sobre Felipe II; con De Prada me he entretenido un poco más, aunque sin prestarle demasiada atención, pues era, como lo de Reverte, más de lo mismo, algo sobre la falta de decoro en el vestir con el correr de los tiempos, porque, conservador como es hasta la médula, por él iríamos todos en traje y corbata en pleno agosto. 

No he leído ningún libro de Reverte ni de De Prada, de modo que no puedo opinar sobre su obra. Y aunque los hubiera leído, quién soy yo para dictaminar nada. En cualquier caso, podría decir si me ha gustado o no; aun así, mi opinión carecería de valor alguno.

Antes de eso he visto una clase de Ernesto Castro, y se me ha quedado fijada en la memoria una anécdota muy emotiva sobre sus abuelos maternos, que, no entendiendo de letras, esto es, teniendo, en palabras del propio Castro, «una formación muy escasa, no superando el analfabetismo más allá de lo necesario para firmar un contrato», cuando el hermano de Ernesto, Manuel, los informó de que iba a estudiar a Londres crítica literaria y estudios fílmicos, ellos pensaban que en el cine tan solo trabajaban los actores. 

Es domingo y en todo el día apenas he leído un par de páginas. Sigo con Platón. En el “Político” está el germen de “El curioso caso de Benjamin Button”,
el relato de F. Scott Fitzgerald, llevado al cine por David Fincher.

Más tarde, ya casi para irme a dormir, he visto “Terminator 2: el juicio final”. Me he puesto a pensar entonces en qué hubiera pasado si en 1991, año de estreno de la película, yo hubiera hecho tal o cual cosa, en lugar de lo que hice aquel año. Me preguntaba qué habría sido de mi vida. Es algo inevitable, hagamos lo que hagamos siempre nos preguntaremos qué habría sido de nosotros si hubiésemos cambiado el rumbo en un momento concreto. 

Jesús de la Palma 

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