Empatía

La escena de “Nacido el cuatro de julio” que denuncia la crudeza y el sinsentido de las guerras, y la demoniaca propaganda de los gobiernos en favor de aquellas, se queda en una mera anécdota con la sensación de estremecimiento que genera en el espectador el grito desgarrado que le espeta el joven Ron Kovic (interpretado por Tom Cruise) a su madre, con el que reclama la furiosa necesidad de «¡una polla enorme y tiesa!».  

Esto sucede porque para empatizar con una causa necesitamos personificarla mediante un testimonio particular. Nos pueden bombardear con cifras de fallecidos en el Mediterráneo hasta el aturdimiento, pero hasta que no escuchamos el testimonio de un inmigrante superviviente de un viaje en patera, no somos capaces de tomar conciencia de la magnitud de la catástrofe humanitaria. 

Con las prisiones sucede lo mismo, todos pensamos que son espacios que albergan  únicamente a los más infames criminales, hasta que, gracias a reporteros osados y bienintencionados, comprobamos, a través de testimonios particulares, de un lado, el infierno de las prisiones latinoamericanas, en su gran mayoría, abandonadas por el Estado, y de otro, el lucrativo negocio de las norteamericanas, en manos del sector privado. Con lo que se comprueba, en ambos casos, que la población interna está conformada en su gran mayoría por personas sin recursos económicos, carencias socioafectivas y total ausencia de formación académica. 

Las prisiones europeas, esto también lo conocemos gracias a periodistas que hacen honor al oficio que ejercen, se nutren asimismo en su gran mayoría de personas castigadas por la pobreza y la exclusión social, con la diferencia de que aquí no se vulneran de forma tan alarmante los derechos humanos. 

Justo Márquez, un granadino de sesenta años de edad y con cáncer, ha conseguido que la Agencia EFE de noticias de haga eco de su situación, pues pide entrar en prisión por sentirse solo afuera: «Allí por lo menos tendré compañeros de noche y de día, y sé que, si algo me pasa, estaré atendido». El caso de Justo me ha hecho recordar al de otro granadino, apodado “Madrugas”, que allá por la década de los noventa fue noticia en el periódico local por romper un escaparate en la Plaza Bibarrambla, con la firme intención de que lo volvieran a ingresar en prisión por no tener adonde ir.

Jesús de la Palma 

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