El mundo es un polvorín

Hace unos días descubrí la existencia de “la jungla de Darién“, que “no es una una ruta”, sino un infierno. Muertes, robos, violaciones, hambre, frío, cansancio, suciedad, que sufren miles de hombres, mujeres y niños, con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Por si no fuera poco, las mafias se lucran a costa de los más vulnerables. 

Según el registro de las autoridades panameñas, en 2019 entraron por esta vía 22.102 migrantes; debido a la pandemia de la covid-19 el número de redujo a 8.594 en 2020. En 2021, la cifra ascendió a 133.726 personas; un número que continúa en aumento.

Pero ¿verdaderamente importa esto? Una crisis de semejantes dimensiones alcanza el nivel de humanitaria; no obstante, hay que indagar concienzudamente en las redes sociales para acceder a los canales de difusión que la denuncian. 

A medio día, en el telediario, la alcaldesa de Mogán, municipio de Gran Canaria, ha dicho basta y pide responsabilidad al Gobierno Central para que asuma el gasto de los enterramientos de los inmigrantes que llegan fallecidos a la isla. Una noticia de la que únicamente se hace eco el noticiero regional.

Los inmigrantes latinoamericanos quieren llegar a Estados Unidos, donde el fentanilo se cobró 70.601 muertes por sobredosis solo en 2021, y donde hay ciudades, como Los Ángeles, donde se ha vuelto algo común que trabajadores y estudiantes “duerman y vivan” en sus coches, debido a la imposibilidad de acceso a la vivienda. 

Si tenemos en cuenta que estos son dos focos de los muchos que conforman el incendio que asuela al mundo, podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que vivimos en un constante apocalipsis que no cesa. 

Personalmente, la única forma que tengo de responsabilizarme moralmente frente a ello es la locura o la rebeldía. Soy insignificante, me sería imposible aventurarme más allá. Y como lo primero no es elegible, y aunque lo fuera no sería lo más recomendable, y lo segundo no entra en mis planes, por inefectivo e incompatible con el estadío de un carácter como el mío, que es el de un hombre maduro al que la fuerza de las circunstancias ha terminado por domar, solo me quedan la resignación y la distracción; en cuanto a esto último, me dedico a la lectura, la familia y el gusto por determinada estética en el vestir. En lo referente a la ropa, me gusta el estilo desenfadado de los esquéiters, con camisetas o camisas más o menos anchas, pantalones chinos al tobillo y zapatillas bajas de lona con cordones y suela de goma. Esta misma tarde he visto a un chico joven con unas zapatillas Vans, un pantalón corto relativamente ancho y una camiseta de Venom, el grupo Black Metal, y no he podido evitar fijarme en él. La vida es tan sumamente trágica que únicamente puede sobrellevarse poniéndose una máscara en la cara y una venda en los ojos. Es por lo que se muestra de forma tan recurrente en mí la idea de Dios, ¿cómo si no iba a poder lidiar a diario con los hombres mirándolos frente a frente; es más, conmigo mismo, mirándome al espejo? 

Jesús de la Palma 





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