El devenir de lo cotidiano

El devenir de lo cotidiano va enterrando los recuerdos silenciosa e implacablemente, como si de arena desértica se tratase. Volver a ellos es volver a una ciudad deshabitada, lo único que se puede hacer allí es observar el trasiego de las plantas rodadoras y sentarse a conversar con viejos fantasmas que  no conocen la verdad y que en cada ocasión nos cuentan una historia diferente.

Anoche veía por segunda vez el nuevo capítulo de “La que se avecina” y me retrotrajo a los comienzos, cuando se llamaba “Aquí no hay quien viva” y Fermín Trujillo, personaje descendiente de la picaresca española del Siglo de Oro, se llamaba Emilio y era todo corazón.

Durante el visionado me fui a Wikipedia y consulté la fecha de estreno de la primera temporada, que se remonta al año 2003. Yo era otro, junto a mis circunstancias. El mundo también era otro. En 2003 me compré mi primer ordenador de torre, recuerdo que me costó seiscientos euros. Internet era todavía un espacio rudimentario. La estafa bancaria mundial y de estructura piramidal de 2008, a la que se catalogó como crisis económica, era una pesadilla fuera de todo contexto, algo absolutamente impensable para quienes conformaban la base de la pirámide socioeconómica; los principales pagadores del desaguisado y los que ni siquiera llegaron a oler un céntimo que no hubieran ganado con sudor y sangre. 

Emilio, el portero bonachón de “Aquí no hay quien viva”, mudó con “La que se avecina” en un buscavidas simpático, pero sin escrúpulos, en una España desvalijada por las entidades bancarias, las mismas que hoy, mediante una narrativa orwelliana, se disfrazan de ONG. 

Ambas series, que en realidad son sinónimas y conforman una unidad, pues no se entiende la una sin la otra en cuanto que obedecen a un patrón literario costumbrista que año tras año se adapta a los tiempos, son un retrato caricaturizado de las costumbres de su época. Sus guionistas, al más puro estilo de los moralistas franceses, agudos observadores de la mentalidad y el espíritu de su época, realizan una crítica mordaz del presente más inmediato. 

Como a los recuerdos no se los puede tomar demasiado en serio, la medida más inteligente es caricaturizarlos; me gusta imaginar, por ello, el futuro de las facultades de Ciencias Políticas y Sociología impartiendo una asignatura troncal dedicada a ambas sagas.

Jesús de la Palma 

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