De aquí para allá

Me gusta el coche que hay en la primera plaza de la cochera, nada más entrar, justo enfrente de la puerta. Siempre está ahí, y es nuevo. No me he preguntado de quién será. 

He pasado el día de aquí para allá, cojeando. 

Ha sido un buen día, y desde bien temprano tengo ganas de decirle a ella que a su lado soy feliz y que hoy he sido feliz. Espero decírselo antes de que nos vayamos a dormir. Se lo diré, seguro que sí. Nunca dejo pasar las obligaciones ni las oportunidades. 

¡Quién me iba a decir hace una semana que por elegir la acera de la derecha me iba a torcer un tobillo por pisar en un socavón! ¿Hasta qué punto soy responsable del estado de mi tobillo? ¿Hasta dónde soy responsable de mis acciones?

Pocas páginas de lectura; diferentes autores y salteadas en diferentes momentos del día. Nada de Aristóteles. José María Vargas Vila y Miguel Espinosa. Todo en la calle, en el móvil. Aristóteles es la lectura principal que tengo entre manos y la dejo para la casa. 

A última hora hemos hablado (ella y yo) por guásap con los sobrinos. Algo de los dinosaurios. Había una escenificación en el centro comercial y les he grabado un vídeo. Les ha gustado, pero el mayor se ha fijado en que no movía los ojos y ha dicho que «es de mentira», y también que «es de mentira porque los dinosaurios ya no existen». 

A última hora he entrado en el supermercado para comprar un arroz tres delicias en un puesto de comida asiática, le he dado al botón de la máquina de pedidos y esta me ha devuelto un tiquet a modo de comprobante; el cocinero estaba de espaldas y no me ha visto, mientras tanto he comprado fruta y me he dado una vuelta; al rato he pasado por el puesto y aún no lo tenía preparado y he deducido que no había recibido el encargo. Ella, entretanto, estaba en la sala de lactancia del centro comercial; cuando he llegado de vuelta y ha visto solo la fruta me ha preguntado por el arroz. Le he explicado que he dado por hecho que no había recibido el pedido. Se ha sonreído y me ha preguntado que por qué no he hablado con él. Le he dado a entender que no me apetecía. Se ha vuelto a sonreír porque ya me conoce. Por si acaso, he vuelto al supermercado y ahí estaba el arroz preparado. 

Para lo que queda de día, no creo que vaya a leer más. Descansaré. He de confesar que leo libros que no termino de comprender enteramente; tampoco entiendo la vida y no dejo de vivir. 

Siempre me han seducido el silencio y la oscuridad. 

Jesús de la Palma 

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