Cambio de opinión

La única crema que me pongo en la cara después del afeitado es la misma que uso para el cuerpo. En el cuerpo me la aplico a diario, solo en las extremidades, después de ducharme. Los dientes me los lavo tres veces al día, con enjuague bucal. Esta mañana, en la cafetería, he visto a una mujer joven, madre de tres, a la que le faltaban varios dientes. Hablaba con sus hijos en italiano, he supuesto que estaban de vacaciones. Me ha gustado verla sin dientes, más que un signo de pobreza, he intuido en ella un desafío a los cánones estéticos impuestos por las clínicas dentales. Cuando volvíamos, C. se ha adelantado con el niño y el carrito. La he visto de lejos y la he deseado como el primer día. Esta tarde se lo he dicho y se ha sonrojado. Hace unos días hizo la cuenta de cuántos años llevamos juntos. He leído veinte páginas de Jaeger, sobre Aristóteles. Ahora es por la tarde, esta noche espero leer otras tantas. Me he comprado un libro de Michel Onfray, “Decadencia”. De él solo he leído “Politíca del rebelde”. Mañana lo comprobaré cuando me ponga las zapatillas, pero creo que el dolor de la pierna es por la posición que adopta el pie al caminar con las Birkenstock. Mi pasado no es mío; no rompo con él, aunque lo evito. La mayoría de cosas que he hecho y pensado a lo largo de mi vida han sucedido en gran medida por la fuerza de las circunstancias. He roto lazos con la mayoría de gente que conozco por eso: no soy el que era y las fuerzas no me asisten para tener que dar constantemente explicaciones del porqué de este cambio continuo de pensamiento. Advierte Plutarco en sus obras morales: «¿Por qué en las especulaciones filosóficas no es penoso cambiar de opinión por influencia ajena y mudar de posición frecuentemente?».

Jesús de la Palma 

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