Una generación extinta
Mi padre leyó lo que pudo a lo largo de su vida. Ya se sabe, los problemas y las obligaciones en la edad adulta... Me contaba que de niño leía a Emilio Salgari y a Daniel Defoe. De todos modos siempre lo recuerdo dormido a la hora de la siesta con un libro entre las manos. Desde luego, no le faltaba voluntad. También me contaba que de niño le chiflaban las aventuras de El Jabato. Los libros que había en mi casa eran todos de colección, de los que se compraban por catálogo, con los títulos ya predeterminados; conformados, eso sí, por grandes clásicos de la literatura universal. Con la música le sucedía igual, aparte de Manolo Escobar, le gustaba la clásica, y tenía una colección de discos de vinilo comprados también por catálogo, y conformada por los grandes genios: Bach, Mozart, Beethoven... Algo similar le sucedía con los viajes: no salía fuera a no ser que fuese a un viaje organizado, con visitas guiadas a cada monumento de cada ciudad. La única vez que fue por libre puso rumbo al Vaticano, para ver al Papa Juan Pablo II. Mi padre era de una generación que los jóvenes de hoy ni siquiera tienen en cuenta. Hablo de ello sobre todo por los libros. En la época de mi infancia era raro no ver una colección de clásicos universales muy bien dispuestos y relucientes en una estantería de pared que normalmente regalaban con la compra de los libros. En la mayoría de las casas, como en la mía, todo hay que decirlo, los libros eran de adorno, un elemento más de decoración. Esto se aprecia fácilmente nada más abrir los ejemplares, que en el mejor de los casos cuentan con estudios introductorios de apenas veinte páginas para obras milenarias o centenarias, escritas en contextos históricos que requieren de una exhaustiva explicación para la correcta comprensión del lector moderno. Además de esto, hay que contar con que tienen todos los ejemplares un tamaño de letra prácticamente inaccesible para el ojo humano. Eso sí, los lomos y las cubiertas son de una apariencia majestuosa, ya que su principal cometido es adornar. Aun con todo, aquella generación a la que prácticamente se la puede considerar extinta, tenía el interés, la firme voluntad de no parecer imbécil, no como sucede hoy, que no haberse leído un puto libro es motivo de orgullo.
Jesús de la Palma
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