Mesa de mujeres

No se puede desligar la historia de la mujer de ningún tiempo de la del hombre, y así nos lo hace ver Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”, esa ambiciosa y magnífica obra fundacional del feminismo.

En una entrevista publicada en la revista Magazine Littéraire, París, No. 373,
febrero de 1999, bajo el título No soy nihilista: la nada sigue siendo un programa, Cioran asegura coincidir con Sartre cuando este último, poco antes de morir, dijo que siempre se había entendido mucho mejor con las mujeres que con los hombres. Es mi caso; sentado en torno a una mesa de mujeres me siento no solo seguro, sino comprendido. No me es necesario pronunciarme si no es preciso; soy como un fantasma antojadizo que hace aparición cuando verdaderamente le apetece, y entonces todos los ojos circundantes se clavan en mi figura espectral y me hacen cobrar cuerpo, recuperar el sentido, la presencia.

En mi catálogo lector hay mujeres variopintas, desde la salvaje e innovadora Mary MacLane, hasta la introvertida Alejandra Pizarnik; pasando por la sutil Emily Dickinson. No todas las mujeres han interpretado un papel protagonista dentro del teatro de la vida. Este es el caso de Rodica, la esposa de Ionesco, un personaje en la sombra, pero no por ello carente de importancia. De este modo se pronuncia el dramaturgo sobre ella en La búsqueda intermitente (diario íntimo): «Ella tiene infinitamente más serenidad que yo. Es mucho más sabia».

Las mujeres, ante todo, y como todos, son seres humanos, con sus virtudes y sus
defectos, y así es como las debemos mirar; con justicia y sin condescendencia. Así, en el teatro de Buero Vallejo, se pronuncia Silverio (Hoy es fiesta) de esta guisa: «Hay mujeres tan capaces de querer, que cualquier cosa que les demos siempre será para ellas demasiado. La mía, por ejemplo, pero otras siempre piden más. Y si no podemos dárselo…, pisotean todo, todo lo que les hemos puesto a los pies». Por su parte, Bioy Casares (La invención de Morel): «Hoy la mujer ha querido que sintiera su indiferencia. Lo ha conseguido. Pero su táctica es inhumana».

Las mujeres tienen algo que a los hombres nos falta y sin lo que el mundo dejaría de girar: alas. Alas para la vida, para liberar a la humanidad de su insoportable levedad. En palabras de Anaïs Nin, Diario III, 1940-1943: «Las mujeres tienen el poder de realizar transposiciones y de asumir disfraces mágicos». Un poco más adelante, la propia Nin: «Cada vez que conozco a alguien, hago un esfuerzo por individualizarle, por comprender cómo es, por separarle del resto de la muchedumbre».

Mujeres como Aglaja Veteranji nos explican magistralmente y con una sencillez digna de encomio la fragilidad humana: «Sueño que mi madre se muere. Me deja una caja con el latido de su corazón». Esto anota en su brillante, emotivo e inclasificable Por qué se cuece el niño en la polenta.

¡Mujeres! A mí las mujeres, a los hombres en general. Marina Garcés y Adela
Cortina, pensadoras de nuestro presente. Y María Zambrano, quien en su Hacia un saber sobre el alma, coincide con Anaïs Nin y con tantas otras al decir: «Y es que filosofía y mística tienen un anhelo común: salvarse de ser individuo, trascender la prisión individualizadora.

Jesús de la Palma 

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