Licorice pizza

“Licorice pizza”, no recuerdo haberme tragado una película tan mala en mucho tiempo. La he visto porque la recomendaba alguien en quien confiaba. Se atreve el director y guionista, Paul Thomas Anderson, hasta con un patético homenaje a “Taxi driver”, cuando un extraño observa desde fuera las oficinas acristaladas y a pie de calle de un candidato político en campaña. La trama es tan irreal que es poco menos que un insulto a la inteligencia: un crío de quince años que monta un negocio detrás de otro y que también es actor y que se medioenamora de la coprotagonista, una joven de veinticinco que no lo toma en serio del todo y que tiene una nariz judía que capta la atención del espectador desde el primer momento; quizá lo único reseñable de la cinta. Una trama de constantes encuentros y encontronazos entre la pareja cuyo final tendrá que descubrir el espectador, pero que a un servidor le ha parecido la estafa más grande de una calurosa tarde de domingo de agosto que recuerda en muchos años. Para colmo, la caída de un mito: Sean Penn. Con un papel minúsculo y sin sentido, como toda la película, el protagonista de “Bad boys” pone una mancha con esta intervención en una carrera carismática e impecable como es la suya.

Jesús de la Palma

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