Lazos

Hemos merendado con M. Ellas se han pedido dos granizados y una porción de tarta para compartir; yo, un café frapé sin nata. M. se ha hecho fotos con el bebé y lo ha tenido en brazos. Es una chica encantadora. Hemos hablado sobre todo un poco, ha sido una de esas conversaciones que trascienden más en el ánimo que en el intelecto; tan necesarias. Qué necesario es sentirse querido, estrechar lazos de amistad, bien con amigos, bien con familiares. Después M. se ha marchado, había quedado con una amiga. Nosotros hemos seguido dando una vuelta y finalmente hemos decidido cenar fuera. Ella me ha hecho fotos con el bebé, en todas salía muy serio. En la última, y tras un reclamo suyo, he tratado de tener un gesto más amable. Uno no puede salir serio con un bebé en brazos. No sé sonreír para las fotos. Soy una persona de gesto serio, quizá porque soy bastante serio. Muy serio. También soy amable, muy amable. Decía de los lazos... Estábamos aún los tres y un amigo me ha abordado por la espalda y me ha saludado muy efusivamente. Los dos llevábamos a nuestros bebés en brazos. El de él es unos meses mayor y le ha tocado el pie al mío para “saludarlo”. A ella le gusta que me salude la gente por la calle. Cuando ya estábamos solos los tres me ha dicho que me para la gente para saludarme. Hace la mención porque no creo que conozca a nadie más solitario. Con mi suegra mantengo una relación de afecto muy entrañable; nos damos los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches por guásap, según se tercie, porque vivimos lejos. Pero cuando nos vemos, ambos sonreímos. A su tía también la veo esporádicamente, pero siempre nos decimos que nos queremos y apelamos a la nostalgia: la cantidad de años que nos conocemos y lo bien que nos entendemos. Quizá se tenga una concepción muy equivocada de los espíritus solitarios; o quizá sea yo el equivocado y no sea tan solitario como creo. Mis sobrinos también me quieren, se ponen contentos cuando me ven, y cuando no, preguntan por mí. Uno se debe a las personas. Nadie que no se deba a los demás en la medida de sus posibilidades podrá ser feliz bajo ningún concepto. Personalmente, el recuerdo más intenso de felicidad que recuerdo viene de una vez que me llevó mi padre a regalar varios de mis juguetes a los Hermanos Obreros de María por petición propia. Mi padre era amigo del padre Gutiérrez, un hombre santo, que en paz descanse. Por aquel entonces también me asaltó la idea de ser cura; esto porque escuchaba a mi padre hablar de su tiempo en el seminario. 

Jesús de la Palma 

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