Las ciudades son estados de ánimo

«Las ciudades también son estados de ánimo». Eso mismo le acabo de decir a ella, tras explicarle por qué digo lo que digo de Granada. Entonces ha exclamado, como cayendo en la cuenta de algo que había pasado por alto, y me ha invitado a escribir sobre ello. 

E., mi lúcido y bondadoso amigo, es un granadino enamorado de su tierra que me reprocha, y con razón, mi desapego al lugar de procedencia que nos une.

Uno quiere permanecer o volver allí donde fue feliz, y en mi caso, paradójicamente, he sido más feliz fuera de mi tierra que dentro. A mi pesar, he de reconocer que no asumir la propia tierra es como no asumirse a uno mismo, y yo vivo en una huida constante. No asumo ni la vida ni la tierra.

 En cierto modo, me siento como Irina en ”Solenoide”, la novela de Mircea Cărtărescu, cuando dice: «Me gustaría creer que las cosas existen, pero, sinceramente, no soy capaz. En cuanto las toco, me digo: es una ilusión, no son reales. Me toco a mí misma y no puedo creer que me envuelva este cuerpo. ¿Comprendes lo que significa vivir así? ¿Sentir en cada momento que eres otra, que vienes de otro sitio, que no tienes nada que ver con tus semejantes, con tu trabajo, que todo, a tu alrededor, te resulte extraño?».

Jesús de la Palma 

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