Igualdad

Hace unos días quedaron las tres en el centro comercial. Como yo voy al gimnasio que hay allí, me pasé a saludarlas y a darle un beso al bebé. Al día siguiente ella subió una foto de las tres acompañada de un neologismo: «Terapiamigas».

No hay nada que me guste más, o pocas cosas, que sentarme en torno a una mesa de mujeres. De hecho, he escrito una entrada del diario así titulada: “Mesa de mujeres”. 

Las mujeres requieren su espacio, es más, su mundo; las mujeres tienen un universo propio donde los hombres, a lo más, somos invitados. 

Luego están, claro, los intereses económicos del capital, que nos obligan a interpretar los hechos con ojos de consumidores. La incorporación de la mujer al trabajo, más que una conquista, ha terminado siendo una imposición. No estoy diciendo que el orden de factores anterior fuera más ordenado, ni mucho menos; ahora, tampoco me creo la falacia de la emancipación femenina. Si la mujer se ha incorporado al trabajo es por las necesidades del capitalismo, que devora a sus hijos como si de un Cronos moderno se tratase. 

No hace mucho pasaba por la puerta de una discoteca para gente de mediana edad que hay cerca de Puerta Real y, entre un grupo de porteros vestidos de negro, barbudos, tatuados en su mayoría, y musculados, había una chica joven con el uniforme de una empresa de seguridad. Lo que captó mi atención es que estaba aparte, mientras ellos conversaban animadamente. Y es que, por muy políticamente incorrecto que suene, lo primero que se me pasó por la cabeza es qué hacía allí aquella criatura.

Se habla de la emancipación de la mujer alegremente, tanto que el primer argumento que se esgrime es la independencia que adquiere con la incorporación al mercado laboral; pero nadie habla de las condiciones de precariedad, de la pérdida de una crianza cercana y serena de los hijos, en el mejor de los casos, y en el peor, del sacrificio de la maternidad; todo ello sin contar con que el mundo, digan lo que digan, sigue estando dominado por los hombres.

Cărtărescu utiliza una metáfora muy representativa al respecto en “Solenoide”, a saber: «En un recreo, los chicos de su clase arrancaron el picaporte de la puerta para utilizarlo como pistola de juguete. Las chicas inventaron de inmediato otro juego: miraban por turnos, a través del agujero de la cerradura, a sus compañeros, que imitaban algo al otro lado de la puerta».

Habrá igualdad el día en que las mujeres puedan ser mujeres.

Unas páginas más adelante, prosigue Cărtărescu con otro ejemplo terminante: «Unos seis meses después del parto, mi madre nos envió a ambos a la guardería porque ella tenía que volver a la fábrica. La producción era más importante que los niños y mi madre era una obrera ejemplar. Los recuerdo, recuerdo —aunque me hayan repetido mil veces que no es posible— los amaneceres sangrientos en los que mi madre, con el primer rayo de luz, en medio de un frío terrible, me llevaba en brazos a la guardería».

Jesús de la Palma 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo no soy malo (ficción narrativa)

Lecturas nocturnas

“Fresas salvajes”, “Olive Kitteridge” y “Panza de burro”