Falacias argumentativas

Vengo a desayunar a la cafetería que venía con mi padre.

 Es tarde y las mesas donde nos sentábamos, junto a la ventana, están vacías. 

Ya he desayunado antes, en mi casa, pero he venido para recordarlo. 

Están los camareros de siempre.

 De camino hacia aquí he pensado qué diría si me preguntaban por él. No lo han hecho porque no hay la suficiente confianza. Aunque de sobra nos conocemos, nunca hemos entablado conversación más allá de la pura cortesía propia del saludo y la despedida. Lo he pensado como cuando pienso qué haría si fuera rico. La mayoría del tiempo se piensan cosas sin sentido

Ha sido como estar con él. 

Hay un dicho que expresa la idea de que es mejor no volver a los sitios donde se fue feliz. Pero la esencia de mi carácter es la transgresión de las normas escritas y no escritas.

 He tomado “manchada y media de tomate”. Para servirme, la camera de la barra le ha dicho al compañero que atiende las mesas: «La “manchada” es para ese joven». ¿Joven? Ella no es mayor que yo, incluso diría que tiene menos edad. 

Antes he dicho que ha sido como estar con él, con mi padre, pero no, eso es lo que me habría gustado, en realidad ha sido como querer abrazar a un fantasma. 

Las pérdidas no se pueden sustituir, hay que asumirlas. Pero ¿y si no se terminan de aceptar? No lo sé, no sé nada. Vivo en un limbo ideológico donde cada conclusión se tambalea desde los cimientos con cada nueva reflexión.

Pasan las horas sin pensar más en él, hasta que llego a la casa y veo su foto, la del pasillo, y como cada día, le pasó la mano por encima y exclamo con voz queda: «¡Papá!».

Más tarde escucho a Jesús G. Maestro comentar un artículo periodístico relacionado con la “generación alfa”. Según Wikipedia: «Los investigadores y los medios de comunicación utilizan los primeros años de la década de 2010 como los años de nacimiento iniciales y mediados de la década de 2020 como los años de nacimiento finales». Mi padre, nacido en 1944, perteneció a la “generación silenciosa”, que precedió a la denominada “generación” grandiosa”.

Cada uno de nosotros viene condicionado por unas circunstancias externas. No obstante se apela al discurso de la meritocracia con un cinismo irreverente. 

En un acertado momento de la intervención, apostilla Maestro: «El crecimiento exponencial y cotidiano de la deuda pública asegura que la “generación alfa” nazca endeudada con un banco extranjero». No obstante el artículo comentado apela a las futuribles bondades de la que disfrutará la generación en ciernes. 

Maestro no le perdona a Platón que arremeta contra los poetas, y siempre carga contra él. Pero cualquier análisis del mundo moderno pasa necesariamente por Platón. Terminando la lectura completa de sus obras con el “Politico”, me encuentro con esta recomendación del extranjero a un joven Sócrates: «Bravo, Sócrates! Si conservas siempre esa actitud de no preocuparte en exceso por los nombres, te mostrarás más rico en sabiduría cuando tu edad avance». 

No se me ocurre una advertencia más acertada para el presente, donde la cosa misma yace sepultada bajo una tonelada de falacias argumentativas.

Jesús de la Palma 



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