Conversaciones

Que las conversaciones de guásap entre parejas evolucionan con el tiempo es algo universalmente sabido y por supuesto natural. No hay nada de qué extrañarse. El mundo virtual está repleto memes y chascarrillos al respecto. En lo personal no soy demasiado proclive a las bromas, y por eso le doy también a eso su correspondiente pátina de nostalgia. Lamentablemente no guardo las primeras conversaciones que tuve con ella; ha transcurrido tanto tiempo que por una u otra circunstancia se han perdido. Pero intuyo que aquellos primeros mensajes eran tanto o más empalagosos que una novela de Megan Maxwell. Con los años esto ha cambiado radicalmente; ahora el grueso de nuestras conversaciones se nutre de archivos PDF, listas de la compra, recordatorios de tareas y fotos, sobre todo del bebé, pues si las hace ella, le pido que me las mande, y viceversa. Un ejemplo de todo ello es nuestra última conversación, en la que yo me limito a escribir: «Cacota grande». A lo que ella responde: «¡Madre mía! Ya le tocaba». Esto me hace pensar en la relación con mi padre, en su evolución. Evidentemente no lo recuerdo con nitidez, pero me imagino, de niño, preguntándole insistentemente por todos y cada uno de los misterios de la existencia, por cada detalle; al final de sus días terminé preguntándole que si se lo había comido todo y que si había ido al váter.

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