A por pan

A mi edad sigo luchando por controlar mis impulsos, cada uno lo hace a su modo y con mayor o menor intensidad. Dominar las emociones es una tarea compleja y un trabajo para toda una vida. Una vida que no da para mucho, pues todos morimos incompletos.

Esta mañana he ido a por pan. Compro para varios días y lo congelo. Siempre pan integral. La panadera ya me conoce. No es muy simpática, y aunque yo lo sí lo soy, no es algo que me afecte demasiado. En la puerta tiene un cartelito que reza: «No se aceptan pagos en efectivo». Y esa, aparte de porque el pan está bueno, es una de las razones por las que voy allí a comprar. Aprecio cualquier gesto revolucionario, por mínimo que sea.

Para ir a la panadería paso por la puerta de una funeraria. Esta mañana había un coche vacío en la puerta. Y ayer por la tarde, un velatorio. Los familiares se abrazaban en la puerta rotos de dolor. Yo he pasado por ahí, por ese trance, quiero decir. En esos momentos nuestra necesidad de consuelo es insaciable. 

La vida no basta, una vida no basta para enmendar errores y colmar anhelos. Personalmente me queda la idea de Dios, una idea, por otra parte, efímera, veleidosa; que viene y va, que se contradice, pero que, para bien y para mal, es perenne y no marchita.

La puerta de la funeraria es acristalada y espejada, para preservar la intimidad de los familiares . Cuando paso por delante no puedo evitar apartar la vista de mi reflejo. Una vida no basta. ¿Quién querría verse reflejado en su propia muerte? 

Jesús de la Palma 

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