Vínculos

Hace tres años me fotografiaba con mi padre en Almedinilla. Hoy ya no está. En ese tiempo ya me fotografiaba con él con la idea de que quizá un día, no muy lejano en el tiempo, solo me quedarían de él esas imágenes y una vida llena de recuerdos. 

Se tarda toda una vida en tomar conciencia de la muerte, no de querer morir en sentido romántico, figurado, que es la primera experiencia con la muerte de todo ser sensible, ni de la existencia de la muerte como tal, en sentido biológico y genérico; sino en sentido espiritual, cuando se nos revela la idea de que la muerte también existe para uno mismo, que no es materia exclusiva de los otros.

Entre ayer y hoy me invade especialmente un sentimiento de nostalgia. Esta mañana, desayunando, me ha venido a la mente algo que me decía mi padre, poniendo énfasis en el adverbio de tiempo, a saber: «Tú jamás, ¡jamás!, nos has faltado el respeto a tu madre o a mí».

Hoy vamos a Almedinilla, al cumpleaños de L. Le llevamos un libro: “Mis primeros cuentos clásicos”. 

L. aún no sabe qué es la muerte. Lo sabrá, pero no por ello habrá necesariamente de desapasionarse. 

Hoy vamos con M., mi hijo pequeño, a Almedinilla. Se llama como su abuelo, y ha venido a ocupar su lugar en el mundo.

Ayer por la tarde hablaba con mi hijo mayor por teléfono. Para despedirse, me dijo: «Te quiero, papá».

Los seres humanos estamos formados por vínculos, no hay otra cosa que nos defina como tales. 

Jesús de la Palma 


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